Saturday, March 29, 2008

Una maldición a quien rige el Mundo


No.

Yo no soy Alver. Su cuerpo murió hace tiempo ya, y yo, que vago sin ataduras por el mundo, tan sólo tengo una sombra de sus recuerdos. Nada más.

Una vez, cuando apenas acababa de nacer, volé hasta donde el cielo se hace negro, y allí recibí el soplo de un viento tan frío que el muro de nuestro mundo se soslaya ante él, y sólo negro queda. En ese entonces, vi las estrellas que refulgían en el todo, y supe que de ellas venían imprecaciones, y que allí también se oían los mismos lamentos.
Dejé que mi esencia se sumiera junto al blanco de las nubes, que me abrazaron cuando mi esencia regresó al mundo donde aún pisan los vivos.

Y yo era joven aún, y mi espíritu flotaba todavía libre, sin ataduras ni recuerdos.

Como un viento tibio y fulgurante atravesé mares y vergeles infinitos. Fui una flagrante tea encendida, inconspicua, sin forma. Alguna vez me rodeó la tentación y quise volver a un cuerpo terrenal. En esos momentos, un ciego terror volvía a mí, y sacudía mi integridad. ¿Qué era lo que no podía recordar? ¿Qué fue lo que me destruyó cuando seguía siendo un humano apenas?

Lo sabía entonces y lo sé ahora. Un día yo tuve un nombre.

Con este conocimiento, mi espíritu, arropado por las caricias del mar insondable, descansó por siglos. Al final, mi espíritu maduró, y desdiciendo la tormenta que se cernía en el mundo, me elevé sobre todo, y como un vendaval, regresé a la tierra que me abrazó cuando aún tenía vida.

Tuve que romper una muralla hecha por tiempo y corrosión, y navegar por sobre la historia, de nuevo, buscando.


Y cuando llegué hasta el final, sólo encontré una mentira.


Llegué, al momento exacto de mi nacimiento, y el cuerpo que abandoné volvió a tener el escaso sabor de la calidez de la vida, al menos por un segundo. Era un campo yermo y desierto, con sólo un árbol gris. Allí pendía aún, ciñendo su último efluvio de existencia a los tímidos rayos del sol naciente.
Observé el cuerpo por varios días, viendo cómo se transmutaba y su carne se deshacía en migajones repulsivos que eran devorados por criaturas inferiores.

Pero, allí estaba lo que yo esperaba. Tan sólo una sombra pálida. Nada más, pero en ella estaba encerrada la totalidad de sus padecimientos.
Supe lo que Alver lloró, antes de morir.

Así fue como vi a Ella.

Pero yo no tengo los límites que Alver tenía. Ahora lo sé. Por fin lo sé. Soy un ser real, sin las ataduras de las que el cuerpo falso me había provisto.
Soy mente. Soy pensamiento.
Lo he visto a Él. El Gran Antiguo brama aún en mi conciencia, y su llamada es algo que nunca dejaré de escuchar, así pasen los milenios y mi esencia vuelva a transfigurarse. Pero ese grito no tiene potestad sobre mí.


Y yo, libre, volé hacia donde se encontraban las memorias de ese hombre, donde solía estar encerrado.
Seguí el primer rastro, y volví al sitio que lo había albergado en sus últimos años. Habitaba en éste, una maldad infecta que llenó de pestilencia mi integridad. No sé bien por qué, pero ese sitio parecía ser invisible al resto del mundo. Volví a ver, en esos días, criaturas pensantes y vivientes, rodeando la casona, mirándola apenas de soslayo.
Pero nadie volvió a penetrar en ella.

Sólo yo. Sólo yo hacía compañía a los restos putrefactos de decenas de personas. Me estremecí un tanto, la primera vez que las vi. No por su estado maltrecho y mutilado, sino por lo que estaba escrito en ellas.

Desde antes de mi nacimiento, cuando aún habitaba mi cuerpo, aprendí los secretos de las lenguas. Lo que estaba escrito sobre la carne de esas víctimas, estaba redactado en la lengua que dio origen al conocimiento del hombre. Ella misma nunca tuvo nombre, pero aún existen personas, en este mundo que saben algunos vocablos de ella.

Los entendí. Todos y cada uno de los escritos. Me maldecían. En ellos, y a través de su odio, sentí la presencia de muchos seres, que desean que yo desaparezca, y una vez más no haya reducto de Verdad en el universo. Son ellos, los que arrojan los lamentos cuando amanece, y un nuevo día aflora; sin que el Gran Antiguo, que ya debería estar con ellos, aparezca por fin.
Llegué a recordarlos. Fugaces visiones de criaturas envueltas en ropajes oscuros. Ahora vagabundean por el orbe, buscando entre ellos la manera de romper las ataduras de su Dios.



Aquí, en este cuarto triste, encontré un fragmento de lo que Ella fue. Alver fue muy sabio. He llegado a suponer que él dejó este testimonio para mí. Sí… podría ser…. Si él alguna vez hubiese sabido que se convertiría en mí.



Marie Johansen, la nieta del hombre que vio al Antiguo hacerse presente en el mundo, cargó con la huella de una maldición que se originó cuando el tiempo aún no existía.

Ni siquiera yo sé porqué ocurrió en nuestra época. Ni tampoco las razones para que una humana fuera depositaria del ser que daría equilibrio al Universo, haciendo frente a uno de los Primordiales.
Alver aún conservaba los papeles donde leyó por primera vez el nombre de aquella que destruyó su vida.

Musette era la criatura más bella de la creación de Dios.

Yo lo sé bien, porque soy el último ser que la vio, antes de su sacrificio.
Y también, porque en este mundo hecho de una mentira insondable, soy el único que la conoce.

Marie Johansen se embarazó a la edad de 32 años. Durante ese tiempo, ella comenzó a observar ciertas cosas por las noches. Ella nunca se atrevió a decir más que descripciones someras a sus psiquiatras. Los profesionales sólo supieron que ella veía esencias fantasmales envueltas en la noche, y que cuando ésta terminaba, no podía evitar que su corazón se rompiera en sollozos.
Larga fue la tortura de la pobre mujer.
Sí, fue muy larga, pues el ser que crecía en su interior estuvo en su organismo durante dos años.

Nadie pudo explicarse ese fenómeno. Ni siquiera los doctores a los que Marie y su esposo acudieron, cuando la pequeña Musette nació.
No parecía haber nada peculiar en el pequeño bebé, a excepción de la luz que a veces, según su madre, brotaba de sus ojos.

Ahora yo lo sé, y mi alma deambula en paz por este mundo y el otro, pues supe lo que Ella era en realidad.
Musette nunca fue una humana. No podría explicarlo en el lenguaje que los hombres todavía usan. Sólo puedo decir que Ella era el efluvio de una estrella que brilló antes de que el Todo fuera creado.
Ella era el equilibrio.

Fue por eso que el Gran Antiguo nunca pudo llegar a Ella. El resonar que da la inteligencia en la humanidad no penetró nunca por su mente, y así, Musette estuvo por siempre y desde siempre liberada de la Ilusión bajo la cual viven los seres pensantes de este planeta.

Fue por eso también, que cuando todos los astros subieron a lo más alto, y Él vio claro su retorno, que llamó a los que aúllan en lo negro del espacio, y le dio caza. Sin el Equilibrio, Él podría volver, y nada, nada en esta realidad ni en ninguna otra, sería capaz de huir de su Voz.



Cuando pasaron los días, yo abandoné ese lugar, y expuse mi esencia y mi conocimiento a las garras de Él.

Ascendí alto, esa mañana, y miré hacia donde la Tierra de los Vivos se convierte en sombras.

Y pronuncié su nombre, mirándolo directamente.

CTHULHU

La atrocidad de la blasfemia hizo que las mentes de los Cultistas, esparcidas por todo el globo, palidecieran en un solo coro de pavor.

No creo que haya sido un simple desafío. Él me oyó, y yo lo sé. Pero eso no me importa.