Saturday, September 08, 2007

Capítulo Séptimo


Rabioso, el sol lanzó un último rayo, que cayó significativamente en el lugar del deceso.
Y la sangre de Musette, aunque entremezclada con el pastizal gris, brilló fríamente.

Alver gritaba a voz en cuello. Le dolía, le dolía increíblemente, mucho más que las voces, o que la música, lo hacía padecer mucho más, este silencio que trataba vanamente de llenar con su voz rota.

Aún gritando, aún sufriendo, puso sus manos al suelo, y se arrastró lamentablemente. Apenas si podía levantar los ojos. Su boca rezumaba un limo mezcla de sangre, saliva y el exceso de lágrimas que él mismo había estado tragando. Le impedía respirar adecuadamente, hasta que su avance se convirtió en un cortante suplicio.

La criatura blanca se inclinó hacia Musette, o mejor dicho, hacia su cabeza. Parecía estarla olisqueando, pero Alver, incluso en este extremo de su locura, no se atrevió a mirar. El sonido entrecortado de esta criatura era horrible. Llenaba el aire vacío y negruzco de una hediondez que parecía hecha de odio.
Y siguió así, acompasando el ritmo del arrastre de Alver. El mounstro no parecía tener reparos en que el humano siguiera avanzando. Después de todo, era lo mismo que el despojo de cualquier criatura que se menosprecie.
El toque de la grama casi negra del suelo estremecía a cada momento, más a Alver. Había algo extraño en este sitio, en esta forma de sentir con el tacto, a este lugar en el mundo.
Más allá del dolor, que subrepticiamente cada hebra de pasto dejaba, al cortar, con sus afiladas y rígidas puntas, en los dedos del desdichado, estaba ese hecho, extraño, de que éste, cada vez menos, sentía el peso de su cuerpo.
Por un instante, Alver se detuvo. Creyó que por fin, la mortaja se levantaba. Que el Dios al que vanamente le rogaba lo había oído por fin, y que dejaba su cuerpo. Creyó, aliviado por ese segundo, que estaba muriendo.

Pero no terminaba de sentirse así. Es más, esa sensación de vértigo, tan carnal, que comenzó a acompañarlo, no era propia de fuera de este mundo. Se diría, más bien, que era una llamada desde un abismo, que estaba allí, pero que su mente no osaba descifrar.
Alver no se detuvo, aunque con esa gravedad que comenzaba a variar, estrepitosamente, sentía náuseas. Su estómago parecía contraerse, rechazando su avance. Es más, su organismo entero lo rehuía.
El cuerpo humano no está hecho para la visión de la Grandiosa Rlye`h. la Ciudad Muerta, en las profundidades, oculta debe quedar. Existen seres que avizoraron, en sueños rojos y malditos, sus paredes hechas de enjuta carroña, pero ahora sus almas deambulan una fantasía de locuras despreciable, sin existencia.
La mente humana no está hecha para la visión de la Grandiosa Rlye`h.

Toda esta elucubración horrible, fue destazada de un solo tirón, cuando Alver despertó de nuevo, con un dolor tan sobrecogedor que incluso su cuerpo venció el vértigo, y se vio obligado a levantar los ojos al cielo, pues tanto padecimiento ya le impedía gritar.
La criatura, luego de examinar detenidamente la cabeza caída de la Altísima, lanzó un chillido, agudo y brutal, a los cuatro vientos. Sus alas, descontroladas, comenzaron a aletear sin sentido, con un ritmo frenético que parecía estarlas rompiendo en toda su integridad. Y esos espantosos palpos que constituían sus pies. Esas garras que sobresalían de forma desigual, arañaban el piso gris. La criatura lanzaba una confusa serie de silbidos, siseos y algo que llegaba a parecer sollozos.

Alver la miraba, y más que nunca antes, deseaba morir. Porque no podía cerrar los ojos. Su cuerpo ya se negaba a obedecer el menor mandato. La bestia, cayó al suelo, y empezó a contornearse. Evidentemente, estaba sufriendo. Y su agonía la estaba arrastrando a una aclamación de rabia que hería el alma de Alver como sólo podrían hacerlo los Siervos del Antiguo.

Entonces comenzó todo.

Algo, muy sutil primero, y luego poderoso como una tempestad, cambió en el aire.
Alver no lo vio, pero lo sintió, extrañamente, corriendo y galopando en el fondo de su corazón. Su mente, sorda ya, no lo comprendió.
El cielo mismo se hizo blanco. Y vacío como estaba, dejaba ver la verdadera luz de los confines del universo. Él, en ese sitio, se hizo visible ante aquellos ojos que miran desde distancias incomprensibles.
Y un rostro negro, que miraba con un desprecio infinito, se distendió sobre todo lo que brillaba en esa bóveda de cielo blanca.
Alver lo sintió. Un trueno sobre todo lo que era existencia. A través de todo el universo.
Tan lejano que su sonido repicó cual eco de muerte, vacío y desolado, en toda su integridad.
Él estaba sintiendo lo que constituían, lo que simbolizaban, aquellos que miran desde el Otro Lado. Los Primigenios. Aquellos que vieron un día el nacimiento del Antiguo.
Alver, casi en un suspiro, concibió algo como un espacio, dentro de él, y su mente, así, vacía como había quedado, se abrió de par en par. Un torbellino, de un color imposible de definir, se extendió, apareció en todo su ángulo visual.
El aire mismo vibraba, y rebullía, enloquecido. Era una tormenta invisible, que tanto adentro como afuera, estaba destrozando la integridad de este ser.
Apenas, como tan sólo una reminiscencia, Alver fue capaz de escuchar los últimos gritos de la criatura. Parecía estar tan lejos…



Se sumergió en la nada. Mejor dicho, la nada se sumergió en él.
Alver perdió control de sus sentidos, una vez más, pero más potente y fuertemente que nunca, y envuelto en ese tornado de oscuridad y luz, sintió que regresaba, minutos, horas, días, y años atrás. Su corazón latió de nuevo, como cuando era niño, y sus conocimientos se sintieron frescos, y vacíos de responsabilidad y dolor.
Pero el flujo no se podía detener.
Y pronto, Alver percibió, con desesperación, cómo su ser se contraía sobre sí mismo, sin medida, hasta que, perplejo más allá de lo que podía imaginar, observó un halo de luz blanquecina, que provenía de él mismo, cuando era tan sólo un pequeño espíritu, vagando por la inmensidad, en busca de un cuerpo. Cuando aún no existía en el mundo que la mentira del Antiguo creó.

Pasaron miles de años, así.

En el vacío absoluto, el parpadeo de una partícula es el ocaso de una estrella.

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Alver se llenó de esa nada, tranquilo y feliz, dejando que esa paz fría lo inundara.
Hasta que, cuando todo hubo pasado, debió regresar.
Y su composición, como espíritu, se llenó de carne maltrecha de nuevo. Opacamente, podía sentir el torbellino a su alrededor. Brillaba rojo como sangre hirviendo.
En ese confuso girar de su mundo, veía como una cruenta y cómica pesadilla, las partes distendidas de su integridad corporal.
Ora aquí una pequeña falange, allá los trozos que compondrían su nariz.
Su boca.
Su otro ojo.
Su estómago, retorciéndose.
Su corazón, que comenzaba a latir.

Y entonces, el silenció volvió a romperse, y un coro de voces malditas y rasposas penetró la contextura de ese carmesí volátil.
Frenéticamente, gigantescas estructuras viscosas y babeantes llenaron el ambiente.
Los tentáculos rodearon a Alver. Su boca, a su frente, gritó de terror.
Su corazón, debajo de sus ojos, comenzó a latir mucho más fuertemente.

La música volvió, traída desde el mundo sumido en las sombras, a donde regresaba, desde millones de años atrás.

Pero cuando los tentáculos se revolvían nuevamente, cuando tomaban esos trozos de cuerpo casi con vida, en este instante aciago, el torbellino brilló mucho más que nunca antes.

Y en un arranque de pasión demencial, arrostrado por esta visión, Alver terminó de componerse finalmente, y fue un humano de nuevo.
Porque; rompiendo la pantalla, la cortina de alucinaciones, y convirtiéndola en una especia de contrita máscara de carne podrida, que atravesaba con sus gráciles y hermosas manos; estaba Musette.

Una sonrisa demencial acompañaba su rostro, y sus ojos, abiertos hasta el límite, brillaban con una belleza que hasta hacía valedera la existencia.
Tendió una mano hacia Alver, y éste la tomó.
Y logró huir.

Cuando cayó, el viento bramaba con furia, y un frío bienvenido, de ésos que confirman la existencia, salpicaba en su rostro. A su alrededor, debajo y arriba, un cielo gris de nubes de este mundo lo acogía.
Y Ella estaba ante él.
Solos, en lo alto de lo más escarpado, en el mundo, cubiertos por sólo nubes y frío, se sintieron en paz.

Y él, llorando, abrazó las piernas de Ella. Y creyó que era feliz.


Tuesday, September 04, 2007

Retrasos

Debido a mi carga de trabajo, el séptimo capítulo se retrasará hasta este viernes 7 de septiembre...

No se vayan!!!!!!!!!!