Saturday, May 26, 2007

Capítulo Segundo




Cuando Alver se tomó la molestia de seguir los consejos de su madre, y hacerse médico, nunca previó que tendría que enfrentarse a problemas como éste.

Era la paciente del cuarto 38. Su estado revelaba algo que no podía ser: psicosis degenerativa.
Y no podía ser, puesto que tras exhaustivos análisis, se había comprobado que su mente estaba tan lúcida como muchos envidiarían. Y una sesión de charlas y dilaciones con la misma terminó por comprobar que actuaba como una persona normal.
En realidad, era mera formalidad que Musette estuviese encerrada en aquél hospicio. Formalidad porque su crimen lo había cometido hace tantos años, que de estar en una cárcel ya habría salido libre. Era sólo lo inexplicable de los dos casos en los que se vio envuelta, lo que la postraba en esas cuatro paredes.

Sin embargo, esta noche en especial. En este 24 de abril, algo más rondaba los cielos, como un raro vestigio de algo no anunciado pero inminente. Se sentía algo, húmedo, triste y desasosegado con cada paso que daba, alejándose.
Sólo por un instante, antes de salir del manicomio, había observado el cuarto 38. La escasa rendija por la que algunas veces le pasaban la comida a Musette le mostró a la mujer, de pie, observando misteriosa al cielo a través de los barrotes de su celda.
Pero he aquí lo extraño.
En el momento que Alver fijó la vista, para escudriñar esas sombras, algo lo golpeó, cual puñalada en el ínterin de sus sentidos.
Por tan sólo un segundo, sintió un aullido desgarrador posarse ante su mente, como un atronador anuncio de guerra. El dolor que sobrevino también duró ese único segundo, pero su intensidad fue tal que el hombre creyó desfallecer.
Y aún pensaba y sentía eso, con cada paso que daba. Algo en esta noche, en el mundo entero, habíase roto. Su respirar estaba cargado de una suerte de flujo doloroso, al tiempo que las imágenes que captaban sus ojos se teñían de un gris nauseabundo, cual córnea sanguinolenta.
¿Se estaba quedando ciego?
Tal vez era en ésa noche, señalada por las estrellas, y el Antiguo, que el destino empezó a marchar.



Cuando Alver recobró la plena potestad de sus actos, se vio a sí mismo sumergido en la más horrible pesadilla que jamás hubiese imaginado.
En la negrura de esa, su habitación, entre las escurridizas entradas de luz, podía observar un cuerpo informe, descoyuntado, que aún se agitaba ligeramente.
Por un momento, él trató de mentirse, pero eso ya era imposible. La cabellera rubia que se desparramaba por el suelo no podía ser de nadie más.
Aquella mujer con la que compartió el lecho todas esas noches, a la que llamaba su esposa, se debatía en un esfuerzo por tan sólo respirar, por librarse del metal de llevaba enclavado en el centro mismo de su pecho y le rompía la vida en pedazos y quebraba su corazón.
Alver, loco de desesperación, corrió hacia el cuerpo, dispersó el pelo que cubría el difuso rostro de su mujer, y logró ver sus últimos instantes, cuando ella, ciega de dolor, le dirigió aquella mirada cargada de un reproche frío como las voces que rondaban por su cabeza.

Después de esa noche, cuando la lluvia torrencial cesó por fin, ante el sol brillante de la mañana, el hombre, con un abismo infinito en el corazón, dio lo que consideró sus últimos pasos en libertad. Ya no podría olvidar lo que había visto. Ese cuerpo con esa tibieza que iba desapareciendo un poco más a cada segundo.
Y más que nada, la ignorancia de su conciencia. Sólo quedaba dentro de su cráneo esa espantosa voz, que ahora gritaba más fuerte que nunca, y le otorgaba ese aspecto cadavérico que adquiere aquél que desea algo más duro que la muerte como su castigo.

Los oficiales de la policía de Johannesburgo no se tomaron mucho tiempo en juzgar al hombre. Quienes sí lo hicieron fueron sus colegas, quienes no podían explicarse un hecho tan atroz.
Miradas recelosas acompañaban a Alver, durante el par de días que fue analizado por unos y otros, hasta que su destino se decidió.
“Irónico”, se dijo a sí mismo, a la noche del tercer día, la misma en la cual fue encerrado, en el cuarto número 40, tan sólo a unos metros de donde diera inicio su pesadilla.

Monday, May 21, 2007

Esto ya no está en mis manos

pero, debido a lagunos problemas, tales como el fallecimiento de mi computadora, el cansancio crónico y otros, el capítulo 2 se retrasará un par de días.
Espérenlo para este viernes 25

Desde el Infierno, se disculpa Corven Icenail